Se acabó la diversión…

… llegó el Comandante y mandó a parar.

Uno de mis libros de cabecera para mis lecturas de tesis es Havana Beyond de Ruins: Cultural Mappings after 1989, editado por las Dras. Anke Birkenmaier y Esther Whitfield. Es un compendio de ensayos sobre La Habana que me parece esencial para estudiosos, no sólo de La Habana, sino de Cuba. Porque lo descrito para La Habana es aplicable al resto del país en la mayor parte de los casos, y porque La Habana no es el único lugar importante en la isla, pero sí es un excelente termómetro para estimar su calentura.

En el primer ensayo de Velia Cecilia Bobes se describen los cambios físicos ocurridos en una Habana transformada por la llegada de la Revolución. Es tan interesante leer cómo cambió tan radicalmente la capital, sobre todo cuando provoca en mí la reacción contraria a la que me enseñaron en los libros de historia, o deberíamos decir, en la propaganda que nos inyectaron desde pequeños. Quizás por eso ya no puedo solidarizarme con la idea de la movilización del pueblo, la euforia revolucionaria, y quizás caigo en una incomprensión de cierta manera injusta de esos tiempos. Pero no puedo evitarlo. El haber vivido las consecuencias del querer alcanzar a tontas y locas una utopía que nunca podría ser porque los primeros que no estaban dispuestos a sacrificarse fueron los que crearon la utopía, me ha extirpado para siempre la simpatía por la Revolución y el Hombre Nuevo.

Los discursos de sacrificios y creación de un ser social absolutamente perfecto lo más que provocan en mí es una mueca de cinismo que tengo con bastante pocas cosas en la vida. Porque lo sé imposible. Si alguien lo sabe, es Cuba.

En La Habana se paró la fiesta. La Habana de Tres tristes tigres, La Habana lúdica, de bares, de cabarets, se convirtió en la antítesis, dice Bobes, de la nueva sociedad y un obstáculo para la justicia social. Era un residuo del pasado, una vergüenza, que había que eliminar a toda costa. Así comenzó la transformación física de la ciudad: los espacios políticos de antes se convirtieron en los de la Revolución (la Plaza de la Revolución, el Museo de la Revolución…); con la nacionalización de las empresas privadas se elimina la publicidad, la cual se sustituye por la propaganda revolucionaria; el sentimiento de culpa de la ciudad ante el campo hace que ésta se ruralize. La Habana se viste de un verde de movilización, de austeridad, de Hombre Nuevo.

La diversión da paso a la ética del sacrificio, del compromiso político.

Todo esto no hubiera estado mal si no lo hubieran llevado a unos límites irrisorios (o mejor decir, preocupantes), si no hubieran tomado represalias ridículas contra todo lo que oliera a fiesta. Ahí está P.M. para demostrarlo, un documental sobre la vida nocturna de la ciudad, acusado de nocivo para el pueblo y la Revolución.

La ética del Hombre Nuevo implica la negación de la ciudad, afirma Bobes. Antonio José Ponte, en La fiesta vigilada, recuerda la “Gran ofensiva revolucionaria”, una campaña de saneamiento moral (sólo el término da repulsión) que cerró los clubes nocturnos.

Con la culpa de la ciudad pareciera que debían corresponder sus ciudadanos: la culpa de tener inclinaciones ‘pequeño burguesas’, ‘desviación ideológica’, ‘falta de combatividad revolucionaria’ (crítica que siempre recibía en todas las reuniones cuando estaba en el pre y que aparentemente era muy endémica en mí), y así una larga lista de auto-culpas y, lo peor, la insistencia en la necesidad de incriminar a todo aquel que sufriera estas enfermedades capitalistas. Casi me da risa ahora si no fuera por lo dramático de una situación que comprendo ahora, y que nunca comprendí en toda su magnitud en esos momentos.

De ahí que se haga imprescindible Tres tristes tigres para recuperar, no necesariamente lo negativo de la época anterior a 1959, sino para recuperar la fiesta, la vida nocturna, la belleza, la creatividad artística ‘por amor al arte’ y no por compromiso social (que ambas pueden y tienen que existir), lo lúdico en sentido general, porque ¿en qué se convierte la vida si no? La Revolución quiso negarle a la mayor parte del pueblo la parte lúdica del ser humano, como si reforma social y fiesta fueran incompatibles, como si el Hombre Nuevo fuera más la idea de un robot que de un cubano (¡un cubano!), y que, para colmo, los de arriba nunca estuvieron dispuestos a imitar, con sus yates, y sus mansiones en Miramar y Cubanacán (las mismas que abandonó la burguesía), y todos los lujos que le negaron al pueblo.

La Habana, poco a poco, se fue marchitando y convirtiendo en ruinas: imagen perfecta de la utopía malograda.

Podría estar escribiendo por días y el tema nunca se acabaría. Y otros escriben con más conocimientos que yo, que no viví los años sesenta (aunque sí los posteriores) y que estoy siendo parcial, y lo sé, porque a mi generación no le queda otro remedio.

Comments
5 Responses to “Se acabó la diversión…”
  1. Te recomiendo La Fiesta Vigilada, de José Antonio Ponte…
    Saludos muela bizqueros…

  2. Liset says:

    ohhhhh muela bizqueros! buenos tiempos 🙂

    Si, la tengo y la leí, la cité en este post.

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